Lecturas de Verano
Considero el Verano como la época de disfrute intelectual, de egoísmo narcisista. Yo, yo, yo. Sólo quiero encerrarme en un cuarto y leer…. claro, también quiero playa, y amigos, salidas, familia… por lo que hay que elegir y en cierto modo planificar (lo mínimo que para eso son vacaciones!).
Echando la vista atrás, el histórico me recuerda que en mi maleta suelen viajar títulos que, aprovechando que el tiempo se mueve ralentizado, que por fin las horas parecen (cuando uno mira el horizonte e imagina) que tiene 90 o 120 minutos, viajan títulos que quiero leer, («porque es el momento», «porque debo», «porque seguro que es la ocasión perfecta para…»), luego están los que tengo que leer, (porque durante el año no me ha dado tiempo, porque se pasa el tiempo y sigo sin saber de que hablan cuando mencionan esto o aquello…) y luego están los de disfrute barato.
Disfrute barato,»guilty pleasure» que dicen los anglos, aquellos que últimamente viven por y para Marie Kondo.
Dejando a un lado la pregunta de «Porqué», pues no es muy Coaching, me referiré simplemente a el «para qué» de los libros de verano. Para disfrutar, para dejar la mente vagar, hacer castillos de arena y soñar, relajarnos sin necesitar una razón, un propósito y un apremio. Para conseguir remontarnos a esa sensación de vacaciones eternas de la infancia, cuando un libro nos duraba días, momentos eternos de evasión y porque no, de victoria.Cuando el libro era la metáfora del tiempo, de la lentitud, de los despertares tardíos y los pelos alborotados. El libro iba de una mesa a otra, a la piscina y a la playa, acompañado siempre de pisadas descalzas, de pantalones cortos y camisetas sin magas. era sinónimo de liviandad, de frescor y libertad. Liberación de horarios, sociales (sobre todo en la infancia) y de comidas. Gazpacho, zumos, melón con jamón, mucha bici y mucho polo. El libro acompañaba, era refugio y escapatoria cuando esa libertad se veía amenazada, surgía un plan, de repente llovía o había una visita.
El libro de verano, una forma de ver la vida, de viajar, de disfrutar del presente mirando hacia el futuro. El libro en verano como una victoria frente al estrés, a las prisas, al deber y a las expectativas. Libro de noches en vela, cuando la compañía se hacía amanecer y el sueño te abraza distinto. Cuando un libro era sólo, y nada menos, un libro.No una obligación, una imposición, un regalo obligado. Cuando un libro es lo que creo debe ser, libertad.
Fuente de placer infinito, de aventura, de disfrute y de escapada. Refugio y guarida de personajes que se hacen familia, amigos y enemigos, del aburrimiento, de la tristeza, de la melancolía incluso.
Me gustaría recordar 5 libros de verano que si nada me lo impiden volverán a mis manos estas vacaciones.
- «Harry Potter y la Piedra filosofal» de J.K. Rowling
- «Jeeves & Friends» de P.G. Wodehouse
- «Un mundo para Julius» de Alfredo Bryce Echenique
- «Vertigo» de Paul Auster
- «Irse de casa» de Carmen Martin Gaite.
Caerá bajo el embrujo estivalero algún otro, los que requieran el tiempo y el espacio y de nuevo, un año más, en la pista de salida viviré la excitación del disfrute futuro, del placer, ya presente, de olerlos y tocarlos e incluso comentarlos, preludio de esos días añorados, deseados y en ningún caso olvidados.