El poder de la familia, los valores y los recuerdos
La ilusión del paso del tiempo burla la consciencia de tu presencia. Han pasado 10 años y puedo sentir tu caricia, tu ternura solapada, tu hablar firme, concreto y directo.
No hay un día en el que no me acuerde de ti, algunos incluso en los que la inercia, todavía la costumbre, la necesidad probablemente, me empujan hasta el teléfono para llamarte.
Pasar por la castellana significa notar esa pinza en el estómago, la agridulce sentencia de un vacío imposible de llenar.
Eres un referente, un refugio, un ejemplo en el que mirarme, un recuerdo imborrable, una risa contagiosa, un deseo y un anhelo.
Cierro los ojos y puedo oler el perfume en tu presencia, la ternura de tu piel, puedo sentir la fuerza en tus manos delicadas, el peso de tu cuerpo apoyado en mi brazo al caminar.
Te veo subiendo la calle Ayala, paso frágil caminar seguro, el bolso fijo, las botas altas, dorada cabellera impoluta … te escucho en cada recuerdo que compartimos, risa continua, conciencia clara, envite firme…te veo reflejada en todos los que estamos, en la familia que somos, en la que fuimos. Somos lo que plantaste, lo que cuidaste y regaste con un ejemplo imborrable, un amor infinito y esa generosidad callada, eterna y casi siempre disimulada.
Siento tu ausencia, tu ejemplo, tu disfrute vital y cuando las lágrimas me sorprenden al recordarte, imagino tu orgullo, tu bien hacer, tu mano firme y generosa y pienso en cuanto disfrutarías con tus bisnietos, a lo lejos, pues estoy segura de que nos buscarías a los mayores, una baraja, una tarde de lluvia… fuego lento, noche eterna, compota de manzana, pasteles de Embassy, te con miel.
Gracias Ita.