El ejemplo
Tomar conciencia de que las consecuencias de nuestras acciones no son sólo inmediatas, si no que además dejan posos en la memoria y la consciencia de los niños que nos rodean.
Hemos hablado de cómo las emociones dejan una huella en la memoria, un recuerdo imborrable que ilumina futuras decisiones, acciones y resultados, tanto en lo positivo como en lo negativo del devenir de nuestro futuro.
Las neuronas espejo predisponen la acciones y resultados de los niños mucho más que las palabras, que la repetición continuada de según qué conceptos, ideas o aprendizajes que deseamos que hagan suyos.
De una forma inconsciente los niños aprenden continuamente, de nuestra forma de hablar, de andar, de nuestros gestos, y de una manera más profunda, de nuestros comportamientos. Nos damos cuenta de cómo se parecen a los padres, esos gestos, las risas, las «coletillas» en la forma de hablar, y sin embargo no nos paramos a pensar cómo nuestra conducta es un papel calco sobre el que escriben sus futuras reacciones.
La alargada sombra de nuestras actuaciones dibuja el contorno de las suyas adultas.
Pretender que un niño lea cuando todo lo que ve en casa es televisión o aparatos tecnológicos, será una tarea ardua y complicada pues la incoherencia del lenguaje expresado verbalmente (“es bueno para ti, necesario, en un futuro…) no se ajusta con la realidad en la que viven, con el devenir actual de ese posible futuro que nosotros les pintamos y que en nada tiene que ver con lo que les llega en su devenir diario.
La simplicidad de una historia, de un gesto, de una experiencia compartida es la mejor escuela, el más profundo aprendizaje.
Mediante el ejemplo conseguiremos educar en la escucha, la asertividad, la generosidad y la curiosidad, demostrándoles con nuestras acciones los beneficios de todas aquellas cualidades que les exigimos y esperamos de ellos.