APRENDER A COMPRENDER
Escucho en la escuela de padres, en los adultos preocupados por sus hijos adolescentes, en otros que temerosos hablan del futuro de los pequeños, la palabra miedo, desesperanza, lucha, desconocimiento, duda… echo en falta la ilusión, el amor (que no me cabe duda de que está, sin embargo, no se vocaliza), el reto, el disfrute… y pienso en todos ellos y cuando lo visualizo, con todo lo que me cuentan, ese salto al foso de los leones puedo darme cuenta de que, como decía el canario Piolin al salir de la jaula, esas criaturas feroces que nos miran hambrientas no son más que un lindo gatito…
Medito lo que significa ser educador, la figura de los padres, esa persona de referencia, a las que miran de reojo ante la duda y el miedo, y considero que ese viaje no es si no una escala en el trayecto, un posible destino, una continuación del que iniciamos al nacer, un camino elegido, a veces improvisado, una parada de estación…
La memoria, no solo el recuerdo, pues es necesaria la intención de hacer memoria, es el comodín adquirido en esta nueva parada, son las millas conseguidas que pueden hacer el viaje más fácil, esa carta en la manga, esa ventana entreabierta que nos permita empatizar, entender para coger fuerzas y saltar al ruedo del acompañamiento y de la educación.
El Autoconocimiento nos asienta en esa realidad desde la que con la fuerza del amor, ese que nos cuesta regalarnos, aquel que racaneamos cuando se trata de cuidarnos, de mirarnos con benevolencia y cariño, es ese Amor el que nos impulsa a ir un poquito más allá.
El Amor indiscutible, confuso, a veces temeroso, que sentimos hacia los niños trasladado a nuestra persona en forma de perdón, de aceptación y reconocimiento de nuestras fortalezas, y sombras (presentes y sobre todo pasadas). Sombras que nos pueden ayudar a mirar a los que nos rodean, a esos niños y adolescentes, con la integridad y generosidad suficiente para respetarlos, para ser capaces de considerarlos en su esencia, en su diferencia y particularidad, y así, poder reconocer una mirada común, un miedo y una duda compartida, tal vez en el recuerdo de nuestros años pasados.
Porque una vez fuimos niños que crecimos y sobrevivimos al miedo, a las dudas, a la rabia contenida del no saber, del no llegar, del no poder… porque hoy miramos hacia el pasado con calma y amor, podemos identificarnos con lo que les pasa y cómo les está pasando y desde la humildad que da el Autoconocimiento de lo que hoy somos y una vez estuvimos siendo, tal vez, porque como adultos tenemos no ya la potestad, si no, y además, la experiencia de haberlo superado, tal vez podamos entonces tender esa mano dulce y firme a la vez.
Una oferta, una posibilidad, un boya sobre la que descansar, un puerto al que regresar.
Cada día, con cada palabra y acción, muchas veces sin pensarla, casi siempre de forma devenida, pavimentamos lo que puede ser el recuerdo de su niñez, asfaltamos la memoria de su adolescencia y señalamos el camino hacia la madurez.
Como adultos de referencia podemos elegir lo que queremos ser para, y junto a ellos. La posición en la que nos colocamos, la luz que les ilumine o la puerta que se les cierra.
Lo que fuimos y lo que somos es nuestro y a la vez es suyo, porque el acompañamiento no son solo palabras, son gestos y acciones, son silencios y ausencias, intenciones y creencias.
Seamos uno para poder ser varios. Cuidarnos, conocernos y respetaron para que nuestras emociones, sentimientos, palabras y acciones estén alineadas de forma que ilustren el camino compartido.
maría san román riveiro